Bodegas Aranda de Duero
Ya adelantamos en un anterior post que Aranda pasa por ser una gran desconocida pese a contar con un tesoro en su subsuelo. Se trata de las bodegas subterráneas, un entramado de túneles originario de la Edad Media que han llegado a nuestros días con todo su esplendor. Su origen data de entre los siglos XII y XIII y, en la actualidad, se conservan alrededor de 130, lo que se traduce en 7 km de construcciones que, desde 2011, son Bien de Interés Cultural.
¿Qué tienen de especial las Bodegas de Aranda?
En primer lugar, que están excavadas bajo el suelo de Aranda. Entonces se consideraba que el vino debía conservarse en un espacio seco y aireado, con ventilación y una temperatura y humedad constante, entre los 9 y 13 grados, por lo que el suelo arcilloso de las riberas del Duero, parecían las idóneas para ello.
Además, a diferencia de las bodegas de Vadocondes, ubicadas fuera del núcleo urbano, las de Aranda se encuentran bajo las casas del centro urbano, para evitar que el movimiento de carros en las calles pudiera alterar el proceso de fermentación del vino, tal y como informa el portal Diálogos del Duero, que ha elaborado un completo análisis de las bodegas arandinas.
Cuentan con una profundidad de entre 8 y 11 metros de profundidad y con naves de unos tres metros de ancho por 2,5 metros de alto. En ellas, podemos ver el contador dentro del cabañón de entrada y las llamadas zarceras, unas chimeneas que comunicación con el exterior y por las que entra el aire necesario para ventilar el interior de las bodegas. Otro elemento característico de las bodegas arandinas es el llamado sumidero, un pequeño pozo situado en un rincón del suelo para recoger el agua del lavado de las cubas. Y no se puede dejar de mencionar las bóvedas de las naves, excavadas en la arcilla del subsuelo y sustentadas en arcos de ladrillo u hormigón.
En definitiva, una experiencia única, donde se puede conocer de primera mano la historia de una ciudad crecida en torno al vino y los secretos de estos caldos tan especiales.